Seguimos con el recorrido por los enamorables Valles de Loira…
De Tours nos dirigíamos a Saumur (Saumú, pronunciado), pero en medio íbamos a pasar una noche en Chinon. Las lluvias continuas dificultaban nuestro pedaleo, así que empezamos a buscar más enérgicamente casas de gente donde dormir, además que las experiencias venían siendo más que positivas, conociendo mucho de la cultura del lugar con franceses súper simpáticos (todo lo contrario a la creencia popular). La primer noche post Tours fue en carpa igualmente, cerca del castillo de Ussé, el “elegido” por Flor para visitar por dentro. Como las entradas para las visitas internas son caras (ninguna baja de 10 euros) decidimos entrar a uno y ese es el Ussé, el que inspiró a Charles Perrault para escribir la Bella Durmiente, “La Belle Bois”.
El recorrido completo del Ussé nos tomó 3 horas aproximadamente, y eso que no era de los más grandes. La capillita, los salones, la colección de arte en su interior, las áreas destinadas a recrear la historia de la Bella Durmiente; todo excelentemente conservado. Nos quedamos chochos (muy contentos) con la elección del “Castillo a visitar”.
Finalmente esa noche llegamos a Chinon donde nos esperaban Henry y Marie, pareja de jubilados que contactamos por Warmshower. Viven en el medio del campo, rodeados de viñedos y en una casa grande, de ladrillos de tiza. Nos contó Henry que en la región ese tipo de material abunda, por lo que lo utilizaron históricamente para la construcción. Con una interesante consciencia social aplicada al hogar aprendimos que el agua de lluvia puede ser utilizable para el agua del inodoro, que los paneles solares pueden ser la energía principal de la casa y que los productos orgánicos son la “militancia de Europa”. Desde su lugar ellos participan en una organización de gente del campo que se mantiene firme en que Monsanto permanezca afuera de Francia, a pesar de los constantes intentos de la multinacional de invadir territorios por la fuerza de querer llegar a todos los rincones del mundo.
En la mañana siguiente pudimos visitar bien Chinon, una ciudad amurallada impecable. Todo en sí es un monumento. Y una vez más nos encontramos enamorándonos de las cosas “públicas” en Francia, el ascensor para subir a las barracas, sobre la colina, era gratis. Algo impensado en el resto de los países europeos. El uso de un ascensor público. Chinon posee un “centro” muy antiguo con calles empedradas, casas del 1300 haciendo equilibrio con sus tirantes de madera cruzados y por encima de todo, el fuerte, con sus banderas regionales flameando. Antes de irnos de esta pequeñita ciudad volvimos a la venta de postales/calendarios, y bien que hicimos, cubrimos casi una semana de gastos.
Desde Chinon seguimos el curso de otro río, él Le Vienne, que nos devolvería al Loira ya que el Vienne y se va, viene y se va es un afluente de nuestro río cabecera. Entre paseo y venta de postales salimos tarde, por lo que el día solo nos alcanzó para hacer 20 kilómetros. Hacer poco tramo no era algo que nos volviese locos, veníamos disfrutando los días a full, por lo que “estirar” el viaje en el Loira lo más posible nos resultaba agradable. Acampamos libre dos kilómetros antes de Monstsoreau, en un puestito de picnic, exactamente en la confluencia de los dos ríos mencionados.
Esa noche, fue la que encontramos el gatito abandonado, el queridísimo y pequeño que durmió con nosotros dentro de la carpa y cenó de nuestra comida. A la mañana siguiente lo dejamos en la casa de un chico que lo quiso adoptar, y luego, caminamos por el pueblo de Montsoreau. Totalmente de cuento en general: las calles de adoquines hacían juego con las veredas antiguas, de piedra también, y como detalle que casi siempre pasa desapercibido, los desagües en las calles son agujeros bastantes profundos pegados a la vereda; dan la sensación que en los últimos quinientos años nadie se preocupó en modernizarlos. Quizás, simplemente funcionan y no es necesario caer en gastos estúpidos. La fachada de las casitas, varias despintadas y con balcones franceses (¡cuak! Pero es cierto) dejando caer las ramas de plantas, te hacen sentir dentro de una película de época de Robert Bresson.
Seguimos camino, sabiendo que esa noche teníamos techo en lo de Florent. Pasamos Saumur, una ciudad súper bonita con uno de los castillos más impactantes de todo el recorrido por estar encima de una de las sierras más altas de ésta llana región. Pedaleamos una hora y media más hasta llegar a Saint Clement des Levees, un pueblo fuera de la ruta “oficial” de los Valles del Loira. Básicamente un pueblito sin turismo, con un edificio para cada cosa: 1 panadería, 1 verdulería, 1 casa de té, 1 escuela, 1 iglesia, 2 iglesias. Nos quedamos dos días, después de tanto palo y palo lluvioso. El pueblo era un relax total aunque de a ratos se zarpaba (exageraba) en tranquilo. Ahí entendimos que los poblados que están sobre la ruta ciclista oficial reciben un gran ¿beneficio? económico por el turismo, y que los que quedan del otro lado del río (literalmente, porque la ruta oficial pasaba por el sur del Loira, y Saint Clement está en el lado norte), son inclusive menos habitados. Florent, su esposa de quien no recuerdo el nombre, y sus dos hijitos de 2 y 3 años fueron unos anfitriones adorables. Nos sentimos súper cómodos y nos resultó muy interesante que ellos hayan viajado en bici, el año pasado (con los niños con solo uno y dos añitos), desde su casa hasta el Mar Negro, Rumanía. Dos meses de pedaleo con el carrito atrás, y los nenes paraban a jugar en todos los parques y juegos que encontraron. Incluso acamparon al lado del tobogán jaja.
Siguiente parada: Angers, que se pronuncia “Anshé”. Delineen en sus mentes las caras de los franceses a los que intentábamos decirles que íbamos para “Einsher”, suponiendo que se pronunciaba en inglés, como enojado. Angers birds. No voy a describir mucho de la ciudad porque sería repetirme. Lo distinto en Angers era, nuevamente, el castillo y también los puentes de piedra. La fortaleza es implacable, con unas torres que deben alcanzar la altura de un edificio de 5 pisos (aprox) unidas por las murallas. Es imponente y muy distinta a todos los otros de este recorrido. Este castillo intentaba ser a la vez de defensivo, GRANDE, imponente. Y lo era. Mientras que los puentes de Angers tenían un no sé qué que me hizo pensar en Florencia, Italia. Flashero, pero bueno. É así.
Nos volvimos a quedar dos noches para poder recorrer bien la ciudad, además que teníamos oportunidad de lavar nuestras ropas. Seguro alguna vez se hicieron las preguntas de ¿alguna vez se bañan estos roñosos? ¿Lavaran la ropa? ¿Hay Sibarita en Europa? Vamos por partes: Nos bañamos cuando nos hospedan. Lavamos la ropa una vez cada dos o tres semanas, cuando alguien que nos hospeda dos noches tiene la buena onda de ofrecernos el lavarropa. La pizza en Europa es tan finita y chota con poco queso, que hasta la Sibarita sería una buena opción. Marie tuvo más que buena onda, así que pudimos hacer todo eso. Ella vive junto a su marido Olivier y su hijo Nahuel. Todos juntos estuvimos la primer noche, en la cena, después Olivier tuvo que viajar por trabajo y compartimos mayormente tiempo con ella y el pequeño de tan solo tres meses. Le pusieron Nahuel porque es un nombre mapuche y ellos estuvieron viajando por todo América en bici ¿Pensaron que solo en Europa se viaja pedaleando? Cada vez encontramos más gente que recorrió Sudamérica. Ellos empezaron en Estados Unidos y terminaron en Tierra del Fuego. Tan contentos quedaron con la hospitalidad argentina que le pusieron el nombre a su nene. Tienen una colección de mates adornando el living y hablan un español bastante pulido.
Párrafo aparte y especial para los quesos franceses. Tienen fama y mucha. Están más buenos que el asado comer pollo con la mano, bien engrasado. Nuestros anfitriones generalmente nos hacen probar el queso “regional”. Resulta que Francia tiene 360 tipos de quesos en todo el país (que en superficie es más chico que la provincia de Buenos Aires), y hay algunos que son tan pero tan ricos. Cada queso regional es un orgullo de la gente del lugar, al igual que sus vinos. Nosotros la verdad que la pasamos bárbaro, picar quesos como el Camembert, el Brie, Coulommiers (es gracioso porque suena a culo-mier y huele tal cual), el St. Pauli, los distintos tipos de rockefort y los artesanales quesos de cabras… Sin palabras. Si hay algo que vamos a extrañar de Francia, son los quesos. Siempre lo decimos. Los vinos son deliciosos, sí, pero no tan distintos a los argentinos. Los quesos JAJAJAJAJA no hay chance de explicar lo distintos que son. Sin contar que en el supermercado se consiguen baratísimos y de muchas variedades.
Dato de color francés: Usan los quesos como sobremesa, para terminar el vino, después de la cena pero antes del postre. Es una forma de “cerrar” la cena, y el estómago. Y siempre ponen en la mesa variados tipos de queso para que cada uno agarre y pruebe de diferentes estilos. Es algo indistinto de la región y la casa donde estemos. Tradición.
En fin, entre quesos y abrazos con deseos de vernos pronto nos fuimos para Nantes, donde nos esperaba un señor que nos firmó el mail en español como “Carlos”, pero realmente se llama Charles. Primero les cuento resumidamente lo que fue Nantes, el final de los Valles de Loira, para después pasar a la mención de uno de los mejores anfitriones que tuvimos, y a quien extrañamos.
Nantes es uno de los pocos lugares en los que dijimos: “acá es para venirse a vivir”. Una ciudad grande, con acceso a todo lo que una ciudad grande puede dar. Pero posee la tranquilidad de un pueblo, mire lo que le digo. No hay caos vehicular y el mercado es una entrañable recolecta de señoras chismosas y precios bajos. El río atravesando la ciudad le da la calma propia del agua. Ese impaz que sería perfecto para ir a ver cuándo salís del laburo, aprovechando los árboles junto al agua. O quizás ir a pasear al “Jardín de las plantas”, que cosa más maravillosa. Un parque mágico, donde las plantas están cortadas en formas de animales o personajes divertidos, y las alusiones al País de las Maravillas son evidentes. Y al mismo tiempo es un parque, normal, enorme, con muchas especies de flora y también pájaros, y claro, es gratuito. Si tuviésemos que irnos a vivir a Europa, Nantes estaría en la discusión principal de ciudades donde caer.
Y claro, toda linda experiencia en alguna ciudad viene acompañada de una buena sensación con la gente, en nuestro caso, que nos hospeda. Nuestro “amigo ciclista” (así nos recibió y con esas palabras se refería a nosotros) hablaba un buen español. Vivía en un departamento no muy grande, pero a él le sobraba corazón. Le habíamos mandado solicitud de hospedaje porque teniendo 67 años, en su perfil, decía que 30 años atrás bordeó todo el Mediterráneo en bici ¿Sabes las de historias que debe tener este hombre Flor?, le dije, y así fue. Un libro abierto, un amoroso, para nosotros durante… 4 días jaja llegamos y nos preguntó
- ¿cuánto tiempo se quieren quedar?
- Dos días estaría bien, para conocer la ciudad… – respondimos, sin querer ser invasivos ni irrespetuosos.
- Bueno, si si, cuatro días me parece genial – acompañando sus palabras con palmaditas en la espalda
Entre “cafetitos”, así le decía él al café y así le decimos ahora nosotros, charlamos de viajes, de política, del medio ambiente, de la vida en general. Nos contó que no sólo recorrió el Mediterráneo en bicicleta (incluyendo la parte africana eh) hace 34 años cuando todavía no había ni internet ni teléfono para hablar a sus familiares, también fue a Turquía el año pasado. También en bicicleta. Hospedándose en casas, al igual que hacemos nosotros, y en carpa. Sesenta y siete años gente, el que me diga que está viejo para algo, que le golpeé la puerta a Carlos, nuestro amigo ciclista, que tiene algunas cosas para contarles.
Saludos y gracias por seguir ahí. Muchas gracias, amigos ciclistas lectores, por habernos acompañado en los Valles del Loira.