Dicen que viajando se fortalece el corazón – Barcelona

      No íbamos a ir a España y quizás nunca hayamos llegado. Desde que salimos de Buenos Aires pensamos que tanto Portugal como España nos iban a quedar para un viaje corto futuro. Después de haber estado en Barcelona por casi una semana sigo pensando que nos quedaron afuera del recorrido los dos países, la capital de Cataluña no habla español ni se reconoce parte del Estado conquistador de gran parte de América.

Vista de Barcelona

Vista de Barcelona

     Por el azaroso mundo de las ofertas de vuelos el destino quiso que nuestra última parada fuese Barcelona. El final de este mágico viaje tuvo como escenario la increíble ciudad de Gaudí. Para el que no sepa, él fue un delirante arquitecto que se convirtió en el máximo representante del modernismo catalán, basado en la geometría, con unos llamativos decorados de cerámicas pegaditas con distintas formas que hacen todas sus obras muy pintorescas. Hoy en día la ciudad es sumamente hermosa dado a sus ideas en muchos de los edificios. Íbamos con baja expectativa porque Barcelona es un destino bastante popular para los argentinos que pueden visitar Europa, cuando escuchas repetidamente que distintas personas visitaron un lugar te quita sorpresa, quizás porque viajaste muchas veces por boca de otros y esas cosas. Pero estar ahí, caminando por la Rambla, con la marea de gente ordenada que tiene la “ciutat”, es único.

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     Un cartel rezaba “Barcelona no tiene nada especial, tiene todo” (o algo similar) y es muy cierto. Es la sensación que te deja la ciudad en todo momento. No vas a ver un punto en particular, ni unas ruinas especificas, la ciudad es un todo envolvente. Hay playas hermosas en el Mar Mediterráneo y una Rambla que es una experiencia por si misma caminarla de punta a punta. Las callecitas paralelas tienen encanto en sus oscuros ladrillos que forman pasajes y recovecos con ventanas centenarias observando a la muchedumbre que pasea, negocios por doquier que hacen el centro caminable y muy entretenido. El monte Montjuic nos regaló una vista preciosa de la ciudad y la costa; las visitas a la casa Battló, a la Pedrera, la catedral Sagrada Familia y al Parc Güell nos dieron un inolvidable panorama de la grandeza y la innovación de Gaudí. Las banderas catalanas colgadas en todos los balcones de la ciudad nos susurraron que nos encontrábamos en una nación sin Estado. Ir a ver al “Barsa”, donde juega Messi, por 15 euros fue increíble. El pack que ofrece la ciudad en su conjunto es grandioso. Probablemente los barcelonenses ignoren que viven en un lugar privilegiado en belleza. O quizás no.

La Casa Batlló es un edificio obra del arquitecto Antoni Gaudí, máximo representante del modernismo catalán.

La Casa Batlló es un edificio obra del arquitecto Antoni Gaudí, máximo representante del modernismo catalán.

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El fan de Quilmes en un partido del Barcelona

      Barcelona es coqueta, está siempre bien vestida, sobria, con buen gusto, pero no se priva de comer jamón crudo ni tomar un buen vino junto a unas tapas. De noche se descontrola un poco, hay gente vendiendo latas de cervezas en mano entre cientos de cosas que te pronuncian en pocos segundos. Creo que cualquiera podría comprar hasta la dignidad del vendedor. Todo lo que una metrópoli rebalsante de gente puede tener pero con la salvedad relajante que regala el Mar y el Arte que gobiernan la ciudad con la luz del día. Un mix de lujo.

     Entramos al Parc Güell porque era la obra de Gaudí que más nos llamaba, a pesar que la Sagrada Familia (de afuera) nos fascinó, no dejaba de ser una iglesia. El Parc Güell en cambio fue un proyecto de “barrio privado”, en las afueras de la ciudad, que fracasó en su avance práctico pero que hoy día es un interesantísimo recorrido. El lugar enamora, es la meca para “la sociedad elite” a pesar que no funciona para lo que fue construido. Es una obra de arte donde los rincones hipnotizan al descuidado transeúnte.

Seba en el Park Güell

Seba en el Park Güell

      A pesar de todo lo bonito en la arquitectura barcelonense lo que personalmente más me gustó, me fascinó, fue el Mercado de San José que todos llaman La Boquería. Quiero uno así cerca de casa. Hay de todo comestible y a unos precios por debajo de la media europea. Verdulería, carnicería, jamonería (?) de la mejor del mundo, pescadería, quesería de mi panza si pudiese comprar todos los días ahí. Es entretenido y súper tentador el Mercado, una imperdible experiencia catalana.

Mercado de La Boquería

Mercado de San José: La Boquería

       Sin embargo en este post no voy a hablar mucho más de las bondades de Barcelona ni de lo mucho que podría opinar sobre su independencia negada ni de su rica historia. Es el último texto de un viaje que tuvo de todo. Cuesta contener las lágrimas si me pongo a pensar en ese cosquilleo en la panza cuando salió el avión que nos haría cambiar de continente por primera vez en nuestras vidas, en la emoción desbordante de caminar en la antigua y archi añorada Roma, de vivir el sentimiento de tener un año entero por delante en el que íbamos a poder recorrer países que sólo habían aparecido en sueños, en aquellos más osados. Una energía muy especial que durante un año nos permitió equivocarnos y aprender, tener miedos y superarlos, quedarnos sin plata y rebuscárnosla, conocer gente bárbara y agradecerles por haber sido parte de nuestro viaje, y conocer gente no tan buena y despedirlos con una sonrisa. Una energía que fue el motor de algo único. Viajes pueden haber muchos, pero el primero es el inolvidable.

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      No es secreto que queremos y siempre quisimos cambiar el mundo. Ambiciosos los chicos, pero es cierto. No cabía posibilidad de que no nos sintamos un poquito hipócritas de hablar bien o mal acerca de países de los que no conocíamos mucho, ni de entender algo real acerca de nuestras carreras (Ciencias Sociales y Ciencia Política) sin haber salido de nuestro extraño y poco usual país. Menos que menos, nos costaba ser coherentes acerca de nuestra educación, basada en la historia europea sin haber visto nunca el muro de Berlín, el Coliseo, los edificios cuadrados soviéticos en la Europa del Este, la bipolar Estambul, Auschwitz, los hermosos castillos alemanes y franceses, el Mar Mediterráneo… Todas esas perlas que estudiamos durante años en la Universidad y que el continente crisol de las culturas tenía para obsequiarnos. Fue todo muy jugado, con un presupuesto bajísimo, con un permiso en el trabajo que sirvió de salvavidas en caso que el experimento “viaje largo” fuese un fiasco, pero salió tan bien, tan inolvidable, que los recuerdos que nos quedan son la mejor herencia que pienso dejarles a mis futuros hijos y nietos, que algún día cuando decidamos dejar de viajar, vamos a tener.

       El balance es mil veces positivo. Sobre todo los últimos 5 meses: Dinamarca y el viaje en bici. No es que no hayamos disfrutado la parte con mochila, pero fue más cuesta arriba pero en bicicleta fue todo en bajada. Nuestra estadía en Copenhague fue completa, lo que habíamos ido a buscar y más, encontramos trabajito, pudimos recolectar los datos (para la investigación) que fuimos a buscar, conocimos bastante de las costumbres del lugar y de yapa, hicimos amigos, muy buenos amigos. Y el viaje en bici fue todo. La libertad de nuestros meses viajando en bicicleta es impagable, es una independencia adictiva, de esa que añoro mientras escribo estas líneas. Pedalear al aire libre, contemplar paisajes, descubrir ciudades y pueblos desfilando bajo nuestras ruedas, buscar un lugar para poner la carpa, cocinar juntos, descansar, desarmar la carpa y volver a pedalear. Una rutina hermosa, una rutina repetitivamente distinta cada día.

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     No fue un viaje de vacaciones, fue un año peleado. “Pero conociste lugares hermosos”, es cierto, pero también tuvimos que lucharla (y mucho) todos los días, tener que vernos obligados a interactuar y ser agradables con extraños en esos días en los que queres hablar con nadie (a todos nos pasa), bancarnos frío, comidas repetidas por falta de presupuesto y noches de no pegar un ojo dentro de la carpa por miedo a que nos vengan a sacar. También el lógico extrañar a nuestros familiares. Morirnos de ganas por un helado, los asados, las milanesas y el mentiroso confort.

      Pero todo eso fue necesario para pasar el mejor año de nuestras vidas. El tema central del viaje fue la libertad, y lo sigue siendo. Es más que una condición, es un sentimiento intransferible y muy difícil de describir. Intuíamos que estaba ahí, al alcance de la mano, pero los típicos mil temores nos frenaban, hasta febrero del 2014. Eso fue un viaje de ida, una vez que conoces la libertad es imposible olvidarla. Por eso ahora es tan difícil…

Park Güell

Park Güell

      Para usted, mi estimado/a lector/a que nos leyó a lo largo de la travesía que nos ocupó en el mágico 2014, le tengo un triste final de viaje. No, no estoy jodiendo una vez más. A partir de acá hablo de mí mismo, de Sebastián Flor tendrá que escribir su propio post si se quiere expresar jajaja. Desde Roma hasta Barcelona todo fue fantástico, con altibajos pero siempre por encima de la media de la felicidad. Dejé estas últimas líneas para escribirlas desde mi rutina nuevamente, sentado en la oficina, como si el 2014 hubiese sido un sueño perfecto que se entierra en la memoria, cada día un poco más, en medio de tareas y más tareas ¿Por qué hacer este final? Para ser sincero, ni más ni menos. Porque lo importante fue el comienzo, el nudo y el desenlace; la mochileada, Dinamarca y el viaje en bici, en ese orden. Y esa felicidad no me la borra nadie, por más que los recuerdos del día a día pasado se mezclen, muy de a poco. Este detrás de escena, la vida “back in Buenos Aires” era y es un final cantado. Suponía que la vuelta iba a ser dura, pero afuera está soleado, un día impecable y estoy metido en la oficina, y en dos horas tengo que entregar un laburo. Las preocupaciones cambiaron, ya no hay más carpa, no hay más chocolate diario de postre, no hay más montañas, ríos ni mares que fotografiar, no hay más gente local que conocer y descubrir sus gustos y costumbres. Pero lo que realmente me preocupa es que ya no me siento importante. No sólo porque en la empresa soy uno más, porque tengo problemas comunes y cotidianos, porque volví a ser un “ente social manipulable” como me dije antes del viaje, sino que dejé de ser importante para mí mismo. Ese es el problema. La importancia que nosotros mismos nos damos cuando hacemos y vivimos como queremos.

Flor (que es la encargada del diseño de este blog) no se aguantó las ganas de meter su opinión con una frase bellisima de "El Principito".

Flor (que es la encargada del diseño de este blog) no se aguantó las ganas de meter su opinión con una frase bellisima de «El Principito».

    Como ya hicimos una vez, pateamos el tablero y probamos como era la vida del viajero. Nos costó unos meses hasta encontrar el punto justo, el viaje en bici. Ya sabemos qué queremos y cómo lo queremos. Ahora resta empezar a imaginar el próximo, agarrar mapas, leer, cebarnos… y ya sea el transiberiano, sudeste asiático, África o América entera; la ruta, la bici y la carpa nos va a encontrar de nuevo. Es un hasta luego, porque está en nuestra sangre, en nosotros la curiosidad insaciable de tener que ver qué nos esconden tantos rincones del mundo.

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      Eternamente agradecidos a todos los que nos dieron bola, nos leyeron, se hayan reído o no, se hayan deleitado con las fotos de Flor, y que básicamente nos acompañaron. Gracias totales y reales.

3 pensamientos en “Dicen que viajando se fortalece el corazón – Barcelona

  1. Gracias totales a ustedes!!! Gracias por toda la inspiración que nos dan, por demostrar que es posible hacerlo, incluso en pareja!
    Al menos leyendo sus últimas líneas sé que este es sólo es el capítulo 1 de la aventura. Espero más para siguiente capítulo! 🙂

  2. Que buena experiencia, y como bien decís arriba, en el sur de esta pagina jeje, no se borra mas la felicidad que vivieron. Me estoy motivando y ya empezando a preparar de alguna manera para arrancar mi primer experiencia con la bici, gracias por compartir la suya. Saludos y buena vida!!

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