Tenía pinta de crack. De esos flacos muy flacos habilidosos, rápidos, con más gambeta que potencia. Un atrevido, un picante. Tenía zapatillas blancas deportivas, gastadas, las bajitas con la pipa al costado. El equipo de entrenamiento de la selección argentina de hace algunos años, medio gastado. En el hombro colgaba un bolso negro grande con el nombre de una casa de comidas. Es un pibe que trabaja de delivery.
Estaba parado, con una mano sostenía un libro y con la otra se mantenía del caño cromado para no caerse. Viajo en subte todos los días desde hace 5 años y vi todo tipo de gente. El indiferente, el extrovertido, el que canta en voz alta o el que tiene la música fuerte en el celular, el que tiene el pelo de muchos colores y el que no tiene pelo, la señora que pide el asiento y la que resopla porque nadie se lo cede sin resoplar. El albañil, el abogado, el estudiante universitario, el escolar. Una fauna fácil de identificar a los ojos entrenados de un observador amateur. Este pibe me alegró el viernes. Es una especie en extinción.
Un policía malhumorado lo hubiese parado en la calle para revisarlo. Quizás por su vestimenta, porque tenía un rodete hecho con su mismo pelo o porque el color de su piel se asemejaba más al café que al del rubio bueno. Encarando y gambeteando todos los prejuicios el pibe del delivery viajaba parado en el subte ajeno a todo. La concentración se le notaba en los pómulos levemente contraídos, aumentando la focalización de sus ojos en esas páginas manchadas con tinta. Las manchas estaban escritas por uno de los escritores que más admiro, y por transmisión, me gustan quienes lo leen. El pibe del delivery leía al uruguayo Eduardo Galeano.
Patas arriba. Viendo por la parte del libro que va intuyo que debe ir por la parte de la contraescuela: “Con los países pobres ocurre lo mismo que ocurre con los pobres de cada país: los medios masivos de comunicación sólo se dignan echarles una ojeada cuando ofrecen alguna desgracia espectacular que puede tener éxito en el mercado.” Ojalá vaya por esa parte, pienso. Los medios de comunicación… O sino por el capítulo que habla del sacerdote brasilero: “―Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo― dijo el obispo Helder Cámara ―. Y cuando pregunto por qué no tienen comida, me llaman comunista. A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder”. Esa parte también me gusta y está cerca de donde el pibe lee. Quizás lo movilice igual que a mí.
La chica que tiene adelante, absorta en su teléfono celular, le digna una mirada de reojo después de dos estaciones. Se detiene unos segundos a observarlo, advierte la tapa del libro que desde su ángulo tiene la vista directa y lo mira de nuevo a él. Sé que algo le hizo pensar, no sé qué, pero algo…ALGO. Probablemente un pensamiento similar a “El pibe del delivery lee Galeano ¡tira a la basura todos los prejuicios viejo! Algo cambió. La sociedad no está tan podrida ni perdida. No son todos iguales como decís vos. No hace falta matar a nadie. Hay que repartir libros, no balas”. Es eso o la chica del bolso de Kosiuko pensaba en qué escribirle al destinatario de sus mensajes al otro lado del teléfono y se tildó mirando a un punto fijo en el vacío.
Llegando a Lavalle el pibe levanta la cabeza. Sé que está procesando lo que leyó. Tiene los ojos brillosos pero conserva las cejas encorvadas manteniendo la mirada firme. Saca del fondo del libro un señalador y lo coloca en la página hasta donde leyó. Es una foto de Juan Román Riquelme, sonriente de oreja a oreja, con la camiseta de Boca. La imagen está firmada, adivino que por el mismísimo Juan Román. Esa mezcla de símbolos tan bizarros digna del país de las maravillas de Alicia. Eludiendo el estereotipo de lector intelectual, creando con el ejemplo un nuevo tipo de pensante cultural, el pibe del delivery encaró, gambeteó y la clavó al ángulo.
Sebastián Ourracariet, 2013.
jaja, muy bueno. aplausos, aplausos