Volvimos al pedaleo después de unas minis “vacaciones” entre lo que fue Praga – Múnich. La nueva ruta era, como mínimo, un desafío a nuestras piernas y un examen a las ganas que nos empujan a hacer esta inexperimentada locura. De la ciudad del Oktoberfest apuntábamos hacía el sur, hacía los Alpes germanos, la famosa Bavaria (en Español se dice Baviera pero nosotros ya nos acostumbramos a la otra versión). La idea era agarrar la ruta ciclista “Bodensee – Königssee”. La traducción sería “Lago Constanza – Lago Konig”, el primero es el más grande de Alemania y funciona como frontera con Suiza y Austria, y hacia allí nos dirigíamos. Intuimos que iba a estar hecha para que la gente pasee por entre las montañas sin necesidad de subirlas y para poder observar los famosos castillos de la región. Nosotros nos uniríamos a este recorrido en el medio, así que Kochel nos esperaba.
Los primeros dos días no tuvieron mucho de bueno para contar. Efectivamente llegar hasta la ruta fue bastante embolante (aburrido). Acampamos libre un par de noches hasta que llegamos a la deseada Kochel. Esta pequeña ciudad con casitas de entramado de madera, paredes pintadas a mano con los motivos más coloridos y bonitos, y algunas estatuas representativas de los obreros del lugar adorna un vistoso lago rodeado de montañas y cerros. La verdad que haber llegado y encontrado ese paisaje valió la pena de los dos días previos. Perdón, querido lector, pero tengo que hacer hincapié en que fueron somníferos y en subida. No todo es color de rosas viajando en bici. Además de ser poco creíble sería falso como el uno a uno.
En Kochel estuvimos una sola noche y acampamos en un lugar pago. Las duchas se hacían desear y la necesidad de mandar al menos unos mensajes de “estamos vivos” a la familia también. De hecho lo correcto hubiese sido que les enviemos “estamos más vivos que nunca”. La tan ansiada libertad que fantaseábamos cuando teníamos nuestro trabajo de oficina la terminamos de encontrar en esta parte del viaje. El hecho de que, no solo no nos da miedo la incertidumbre de dónde vamos a dormir esta noche, sino que en cambio nos entusiasma y en buena parte nos gusta nos hace remontarnos uno o dos años atrás y compararnos. Es increíble.
De a poco le íbamos agarrando el ritmo a lo que implica subir y bajar colinitas con las bicis ¡Tarea complicada mí querida Watson, pero no imposible! Nuestro segundo día tenía como objetivo Bad Kolhgrub, un pueblito que aparecía en nuestro mapa como el punto más alto del recorrido. Le metimos pata todo lo que pudimos hasta que llegamos al susodicho, y terminamos empujando las bicis por unas calles tan empinadas que a veces hasta nos costaba subirlas a pie. El aliciente fue haber presenciado uno de los atardeceres más espectacularmente rojos que nunca antes vimos a casi mil metros de altura y prácticamente solos. Con las patitas latiendo nos fuimos a dormir comiendo chocolate, como casi todas las noches desde que empezamos a pedalear. Si hay algo genial en vivir viajando en bicicleta es que con todas las calorías que quemamos durante el día, no existe ningún tipo de complejo mental a la hora de la ingesta muejeje.
Al día siguiente, en nuestro destino Fussen nos esperaba una pareja (él finlandés y ella alemana) para hospedarnos cerquita al castillo de Neuschwanstein, el mismísimo que inspiró a Disney para que sea emblema del parque de diversiones más famoso del mundo. A partir de aquí hasta que termine este bendito (?) post no tenemos más que contarles la sucesión de hechos, personas y lugares espectaculares que pasamos y compartimos. Nuestros anfitriones vivían en Buchin, un barrio al norte de la famosa Fussen. Nos recibieron cagandose de risa y hablando un practicado español que con un poco de aceite se entendía bastante. Resulta que Artos y Sandra van a viajar a Argentina y Chile en diciembre, van a llevar sus bicicletas, y durante tres meses van a recorrer toda la región de Patagonia, finalizando en Ushuaia, Tierra del Fuego, para tomarse un barco el 27 de febrero hasta… ANTARTIDA! Y de ahí, hasta las islas sándwich del sur, otra islita en el medio del océano y finalmente, Sudáfrica. Una maravilla súper interesante en la que intentamos colaborar aconsejando lugares del sur argentino, y creemos que fuimos escuchados. Al menos le metimos insistencia en que hagan la ruta de los siete lagos con las bicis (y lo anotamos para nosotros mismos, en algún futuro).
Tuvimos un día entero para visitar el pintoresco castillito y la verdad es que alcanzó más que bien. Fue construido por el rey Luis II, quien tenía una visión súper idealizada de la Edad Media, y sobre todo, le gustaba la vista combinada de los castillos con las montañas bávaras. Qué bárbaro (?). Como se gastó toda la guita del reino en hacer fortificaciones y monumentos para sí, le dieron un boleo en el totó (lo echaron) y lo trataron de loco. Pero claro, después que lo rajaron, todos sus sucesores se fueron a vivir a los lugares que el pirado había construido. “¡Salí de acá loco!.. Déjame ir a vivir ahí muejeje”, fue más o menos la conversación.
La edificación desde cerca es más difícil de apreciar. Como todo en la vida es mejor cuando se lo ve con perspectiva y distancia. Detrás del castillo hay un puente, el Marienbrucke, desde el cual se obtiene una muy bonita visual del ambiente: las montañas, el bosque, el pueblo, el castillo y debajo de los pies de uno, la cascada. Hay dos truquitos que nos dieron nuestros anfitriones para apreciar mejor la visita. Uno es que pasando el puente sobrecargado de turistas se accede a una caminata de unos cuarenta minutos en la montaña (apta para todo público) donde se alcanza una vista panorámica muuuuuucho mejor. Nos quedamos embobados. El otro truco, es bajar por el Gorge (la cascada) en un camino que está “cerrado al público” por peligro de derrumbe, pero que los chicos que nos hospedaron nos dijeron que era para que no se llene de turistas. Dicho y hecho, todos pasaban de largo por ese camino. Nos metimos (obvio. No era una “puerta abierta” pero casi que sí) y había varios locales, familias paseando por el río y la cascada. Claramente fue un gran consejo.
El día siguiente volvimos al pedaleo en dirección siempre hacía el Lago Constanza y siguiendo la senda ciclista. El atardecer nos encontró cerca de Nesselwang y en una lomada de un campo pusimos la carpa. Tranquilos y sin apuro estamos entendiendo que esta parte del viaje necesita de menos organización y de más improvisación. Esto de poner la carpa en cualquier lado y a la mañana rearmar todo mientras saludamos a la gente del pueblo con una sonrisa pasó de ser estresante a relajante. El no depender tanto de quien nos hospeda o quien no, también nos deja más rango de inventar sobre la marcha. Los que sufren un poco más este ritmo de viaje son nuestras familias, a quienes pedimos perdón, por la poca conexión a internet y falta de comunicación.
Antes de llegar a Lindau, la ciudad donde finaliza el recorrido y comienza el Lago Constanza, nos quedaba una parada más en Rettenberg. El clima venía tambaleando, cada vez más frío y nublado, y Christian nos había aceptado para dormir una noche en el pueblito entre montañas en la famosa (y súper recomendable) región de Allgau. Dicho y hecho, llegamos y se largó un diluvio de dos días. Con muy buena onda nos quedamos descansando en casa de Christian. Vive junto a su mujer Gabriele pero ella se encontraba fuera de la ciudad por trabajo. Tienen una vida fantástica. En verano viven en Alemania, en esa región de cuento, trabajando y juntando algunos euros. En invierno se van a viajar bien lejos en bicicleta. Hace 25 años que viajan y tienen historias y fotos de Australia (fueron cuatro veces), Nueva Zelanda, Sudeste asiático, Estados Unidos (2 veces) y Canadá, prácticamente toda Europa, y en Sudamérica hicieron un viaje desde Bariloche, en la Patagonia argentina, hasta Perú. Todo en bici ¿se imaginan trabajar solo en verano 5 o 6 meses y dedicar el resto a conocer otros rincones del mundo en bicicleta? Bueno, en noviembre ellos se van a Nepal (¡!) por tres meses.
Nuestro último día de este tramo fue sumamente hermoso. El cielo estaba despejado sin nube alguna y el camino era en bajada. Todo lo que habíamos subido en la semana lo bajamos en un día jaja. Batimos nuestro record de kilómetros gracias a esta trampita e hicimos 75 kms (¡aplausos por favor!) (¡más fuerte que no se escucha!).
No tenemos más que recomendar tanto la región bávara (ya sé, cada vez que leen bávaro se acuerdan del chiste “que bárbaro” jaja ¿no? Bueno, a mi si me pasa) como la ruta ciclista Bodensee – Königssee. Pasamos un poco más de una semana de ensueño entre paisajes de montañas hipnotizantes y un relax contagioso de la gente que vive en esta región.
El próximo post va a ser puntualmente sobre viajar en bicicleta en Europa y nuestra experiencia de este primer mes/mes y medio. Algunos tips y consejos que creemos que muchos en Sudamérica ignoramos pero que podría servir para el que quiera venir a visitar el viejo continente de una forma diferente pero con mucha mayor profundidad que la turisteada normal. Y después si… seguiremos con Suiza y sus maravillosos Alpes.
Gracias. Que nos leas nos da ganas de seguir escribiendo y compartiendo las fotos.
me encanto!!!! unos genios Christian y Gabriele! aplausos por los 75 km!! los quiero chicosss
Aplausos, muchos aplausos por los km!!!!!!!!!!!!!
Hagan un antes y después de las piernas que les salen después de tanto jaja
muy bueno leerlos, espero con ansias el prox post !!! slds sigan viajando!
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